lunes, 10 de marzo de 2014

Un buen ensayo, el otro publico.


Llegamos al ensayo como de costumbre, apurados por empezar y ansiosos de que todo salga bien, pero esta vez algo debimos hacer distinto pues la magia, esa que tanto se relaciona al hecho teatral se hizo presente en nuestro local de ensayos.

 Los técnicos ocuparon su lugar frente al retablo y marcaron el inicio de lo que fue un acontecimiento especial, por llamar de algún modo un ensayo perfecto donde los actores-manipuladores, atravesaron la línea de la realidad para adentrarse en el mundo onírico y fantasioso de la puesta en escena, los pies de luces y de sonido marchaban cual tinglado armonioso que se monta en el riel deseado hasta traspasar a la dimensión de la ficción, donde no existe tal palabra, solo la verdad, esa verdad escénica, creada y vivida como si fuera propia.
 
 
 
La felicidad se hacía presente en los corazones de los involucrados, actores, técnicos y elementos, si, los elementos también, específicamente la mesa de madera donde se sientan a comer los títeres y la cual debe ser levantada en un momento especifico de la obra,  por la actriz-manipuladora, pero esta lo olvida y se ve forzada a pensar en lo próximo que viene y como si en ese exacto segundo sus pensamientos se convirtieran en una certera pregunta, siente el golpe en su brazo izquierdo de la mesa que le responde, la actriz-manipuladora reacciona y descubre por primera vez a su compañera de escena, un elemento inanimado que se hace cómplice del juego teatral, puede ser esto posible, ¿qué la mesa de madera construida por el director para su obra, respire y sea veladora del buen funcionamiento de la puesta en escena?
Continua el ritmo de un acontecer perfecto, las entradas, las salidas, los pies, la música, los textos, el movimiento escénico, las acciones, los códigos, las transiciones, el poder envolvente de los personajes, quienes cada vez más se apersonan en el espacio real donde habitan los actores, desde la dimensión de la creación, no son más que títeres, pero ¿por que miran? ¿por qué mueven la cabeza?, ¿por qué se conectan entre sí?
 
La credibilidad absoluta mantiene el suspenso de un niño del vecindario que entra y se sienta a ver sin ser invitado, pero si atraído por la energía que emana de nuestro local de ensayos. 
                                  
                       
 
Ya casi se acerca el final, el toque subliminal de un mensaje reposa en las lágrimas del títere que llora y moja el retablo, inundando el corazón de quienes lo ven, afuera también llueve, saludo final, los actores-manipuladores hacen el rito y con lenta ligereza abandonan el retablo y con él a los títeres y todo lo que habita dentro de él, incluyendo la batola que envuelve sus cuerpos cuando avanzan hacia proscenio a saludar, es el despojo del hecho teatral y todo queda concentrado en ese singular lugar, el espacio escénico.  
Se sientan a conversar con los técnicos, intentando avanzar hacia otra fase de ese último ensayo, aquel que fue bendecido con la lluvia que remojo sus esperanzas de tener una buena función al día siguiente. Sentados unos frente a los otros, conversan intentando no evidenciar el júbilo en sus corazones por el éxito alcanzado en esa pre-función, donde aparentemente, solo un niño caminante fue el público que testifico lo que allí paso. El director orgulloso, fríamente felicita por el buen ensayo e inmediatamente procede a leer un escrito suyo sobre la sensibilidad  que deben desarrollar y manifestar los técnicos cuando realizan su trabajo, pero es interrumpido, D´javan, nuestro hijo mueve la puerta trasera  y entra al local a pedir el refresco que su padre, el Director, le ofreció antes de iniciar el ensayo, el director orgulloso, cálidamente le explica dónde encontrarlo, pero mi niño, clown al fin, interrumpe una y otra vez la lectura de la “Poética de los técnicos” (ver articulo en este blog), simplemente porque no logra encontrar el refresco, ese que le gusta tanto y con el que sueña de vez en cuando.

 
Su padre, el director, se enfurece y esta vez con voz grave le indica donde  buscarlo, D´javan, mi hijo, sale y acto seguido se escucha nuevamente la voz del director, proyectando la sabia reflexión que había escrito para todos nosotros, una vez más hay una interrupción, esta vez proviene del retablo, de donde se escucha el sonido de algo que se mueve y con él la mirada de todos los presentes, yo aguardo por la salida clownesca de D´javan, pero el tiempo pasa y él ni nadie se asoma, mi piel se eriza y todos en ese exacto instante paramos la respiración, el director intenta no reparar en lo ocurrido y continua su lectura, pero no puedo esperar más y pregunto por el niño, alertando a los demás sobre mi imposibilidad de desapercibir lo ocurrido, el técnico de sonido, sentado frente al retablo, suavemente me mira y con una pausada articulación de su mandíbula, contesta: “lo vi, era una luz blanca con cascadas en su costado derecho, que paso desde la parte de atrás del retablo hacia delante, donde se esfumo”, todos escuchamos sus palabras y aunque fingimos sorprendernos, sabíamos que era verdad, reconocíamos la luz en nuestro interior porque de una forma u otra también la habíamos visto, la bendición, el augurio, el otro público, era la energía creada por la magia de un buen ensayo.    
 
Mientras escribo este relato siento mis piernas resquebrajarse hacia un leve temblor, mis labios y mis dedos son ahora los portadores de esta magnífica experiencia, que pretendo re-vivir a través de estas líneas, y compartir con todos ustedes, creyentes o no, del  elemento sobrenatural que gira alrededor del hecho escénico. Este aspecto va más allá de ver fantasmas y fallecidos en los escenarios, plateas y camerinos de las salas de teatro, tiene que ver con el llamado de la esencia misma del teatro, el regreso a lo místico, a lo sagrado, al ritual, que crea mundos paralelos entre la verdad escénica y la realidad, es la energía creadora, que materializa el sentimiento, abocándonos inexorablemente  al arte.
 
 

 Lucina Edith Jiménez Lugo.
 
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